por Pepa Gisbert en El Ecologista, nº 55.
«Cada vez resulta más claro que la eficacia económica no sirve para resolver los problemas ambientales, además hemos de tener en cuenta el efecto rebote: aunque disminuye el impacto en el consumo de recursos por unidad de producto, en términos absolutos este consumo sigue incrementándose.
Se fabrican coches de bajo consumo y gasolina sin plomo, pero aumenta el número de coches, de kilómetros recorridos y de autopistas; se generaliza el uso de bombillas y electrodomésticos de bajo consumo, pero aumenta el gasto eléctrico y el número de electrodomésticos por familia.
Según Latouche no hay que entender el decrecimiento como una alternativa concreta al modelo actual, sino una llamada de atención sobre los riesgos de la situación que vivimos, un eslogan que agita conciencias, un grito por el cambio. Se plantea el decrecimiento como un paraguas donde poder empezar a deshacer el imaginario común de que el crecimiento es necesario para seguir adelante, un espacio donde desarrollar experiencias alternativas. Y es tarea de todos y todas llenarlo de contenido, decidir como debe ser la sociedad del futuro.
Pero el término decrecimiento no es fácilmente aceptado. Al tiempo que aparece, se empiezan a escuchar voces críticas por sus connotaciones negativas y porque parece contradictorio que ahora se plantee decrecer también a los países en los que la mayoría de la población no ha llegado a conocer ni los mínimos derechos básicos, tales como alimentación, agua potable, vivienda digna... Además, según las voces críticas el decrecimiento nos traería desempleo y otros problemas sociales.
Es interesante aquí recordar la diferencia entre crecimiento y desarrollo, entendiéndose que desarrollo es un término más amplio que no sólo incluye un aumento del bienestar material, sino también acceso a la salud y a la cultura, a una mayor felicidad. Así, el decrecimiento material, el no crecimiento del PIB, puede ser desarrollo, puede ser un crecimiento relacional, convivencial y experiencial.
El propio Latouche utiliza una metáfora para explicar que el decrecimiento no tiene porque ser negativo: igual que cuando un río se desborda todos deseamos que decrezca y cese la crecida, que las aguas vuelvan a su cauce, lo mismo ocurre con la insostenibilidad de la situación actual. Decrecer no es, entonces, algo negativo, sino algo necesario. »
Extraído de "Decrecimiento: camino hacia la sostenibilidad", de Pepa Gisbert Aguilar. El Ecologista nº 55.
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